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En Acequias, don Elpidio Rojas atesora casi un siglo de historia

El gobernador Guevara condecoró a don Elpidio Rojas en Acequias













Acequias está al otro lado de los Pueblos del Sur. Llegar a este hermoso pueblo, uno de los asentamientos indígenas más antiguos del occidente venezolano, vale cuatro horas de viaje atravesando unos paisajes de ensueño que, en cada curva, se traduce en miedo al constante precipicio, pero anima un paisaje abrumador en donde y, por supuesto, priva el asombro al ver lo frondoso del bosque piedemontino por una parte y, por la otra, el verdor del páramo, con su neblina, su aire frío, como acero toledano y por largos trechos la soledad.

El pueblo, definitivamente un pedacito de la Andalucía de adentro en aquella España del Medioevo, no ha perdido un solo detalle en su transcurrir de una historia que la ha ido fabricando a punta del esfuerzo de sus hombres y mujeres, gente buena, honesta, trabajadora, que heredó de sus ancestros la pasión y el amor por la tierra, que la descubrieron los hombres que vestían con armadura y largas espadas y aquellos otros hombres a quienes les tapaba el cuerpo enjuto el grueso hábito de monje y llevaban a cuestas la pesada cruz. La espada y la cruz fueron asombro para los indios. La espada les venció, le dominó, les sometió. La cruz les cambió la costumbre de adorar al sol, a la luna, al aire, a la Tierra, a la lluvia. Desde entonces, para los de Acequias y las aldeas que pueblan sus alrededores, uno solo, eterno y todopoderoso es Dios, el creador. Pero la feligresía tiene en san Antonio de Padua a su patrono y promediando junio son las fiestas, que concentra alrededor de mil personas, queman toda la pólvora almacenada en un año, bailan al final de la única calle y degustan de la gastronomía local, rica en papa, queso, arepa de trigo, ovejo asado, carne de res y el mejor hervido de gallina del mundo.

Acequias es una postal. Una maravilla. Un sitio para soñar. Allí, en 1924, nació Elpidio Rojas Rojas, todo un señor, todo un personaje, todo un caballero que ha prestigiado la política, que ha impulsado la formación de más de dos centenares de excelentes profesionales universitarios, que bajo su patrocinio —porque es un líder nato de la comunidad— aprendieron a leer y a escribir por el empeño puesto por este dirigente social, y luego bajaron al liceo y después a la universidad, allá abajo en la lejana Mérida.

Pequeño de cuerpo, pero grande de alma, don Elpidio Rojas Rojas es la figura encarnada de un venerable patriarca. Sonrisa a flor de labios que muestran dientes de oro, habla pausado y sus palabras cuadran, o mejor, definen perfectamente lo que dice, aconseja, recuerda, propone y sentencia. Su casa es larga, grande, ancha. De ella ha donado varias partes para la escuela, para el centro comunal, para el ambulatorio.

Su historia vale un libro de acaso quinientas páginas, porque la historia de este buen hombre abarca muchos tiempos, generaciones, acontecimientos que él resume en tres sabias palabras: “Tuve mucha suerte”. Por qué, le preguntamos: “La de que Dios sagrado me dio vida para poder hacer lo que yo entendí que él quería que yo hiciese”. Y de verdad don Elpidio Rojas Rojas ha hecho mucho. De muchacho subía y bajaba de Acequias a Mérida, luego atravesaba las montañas del otro lado de la sierra para negociar en Barinas toda clase de mercancía e intercambiar bastimentos; recorría los Pueblos del Sur, cuyas serranías conoce como la palma de la mano.

De positiva acción social en esas latitudes, este hombre —que fue soldado—, que aprendió a leer y a escribir y se dedicó a enseñar a mucha gente; un hombre que una tarde descansando en el corredor de su casa paterna vio llegar a cuatro viajeros que le dieron los buenos días con un acento diferente. Un maestro y un doctor, acompañados por un arriero y el baquiano. Traían un mensaje alentador, esperanzador, positivo, distinto, que hablaba de libertad, de crecimiento, de unidad, de construcción de una sociedad de iguales, que defendía al país, que buscaba gente para que Venezuela fuese de los venezolanos. Don Elpidio les escuchó atento y, como recuerda: “Sentí en mi corazón un estremecimiento”. Fue uno de los fundadores del partido Acción Democrática en estas latitudes, hasta la fecha erguido izando la bandera del “partido del pueblo”.

Había saldo del cuartel. El general y gran civilista, Isaías Medina Angarita, despachaba en Miraflores. El suyo era un gobierno amplio, que buscaba que el progreso de aquella nación se diera en santa paz, pero por dentro hervía un espíritu de modernidad, de intenso accionar político que pretendía grandes cambios, porque aún rondaba el espíritu, la figura, el fantasma de Juan Vicente Gómez. El “sacalapatalajá” del año 28, que rompió el silencio impuesto por la dictadura, lanzó a la calle a la muchachada universitaria liderada, entre otros por Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Jóvito Villalba, si bien era un recuerdo; sin embargo, como grito caló y dejó profundas huellas. Cuando AD se hizo partido en el mitin de su fundación, en el Nuevo Circo de Caracas, Elpidio Rojas Rojas tenía a su lado a los mejores hombres y a las mejores mujeres de su querencia, de su lar, de su entorno, la mayoría, alistada a la causa acciondemocratista. Desde entonces, es el líder. Un líder que fue comprendiendo que su tiempo tenía vigencia y se dedicó a formar a los que, uno tras de otro, le han venido sucediendo.

Como pocos, don Elpidio tiene bien ganado su prestigio de héroe civil. Ha vivido, se repite, cada paso de la historia local y regional, desde la Revolución de Octubre del 45, el ascenso al poder del maestro Gallegos, su derrocamiento y la dictadura perezjimenista. Activo en la resistencia, estuvo en la primera línea de la vanguardia que conquistó la libertad y la democracia en su punto geográfico y social buscando la libertad. En tiempos de democracia, no exigió ni al partido ni al Gobierno nada para sí, pero mucho para los demás. Acequias le debe, si no todo, mucho más de la mitad. Así se lo reconoce todo el mundo.

Ramón Guevara, el gobernador del estado Mérida, le estima mucho. Y en ocasión del 95 aniversario del nacimiento de don Elpidio, quiso agradecerle en nombre del pueblo merideño la noble tarea que este venerable anciano ha cumplido, sin interrupciones, a lo largo de 80 años, porque este merideño ejemplar desde los quince años viene trabajando por el bienestar de su comunidad, allá arriba, muy arriba, a un costado de la serranía que encierra a los Pueblos del Sur.

El mandatario arribó al pueblo pasadas las nueve de la noche. Acequias, lo cual ya no es raro, estaba sin luz. Alumbrado por celulares, Guevara Jaimes impuso a don Elpidio la condecoración Orden “23 de Mayo”. Llovía, lo cual no fue obstáculo para que todo el pueblo plenase la casa grande y aplaudiese la sencilla, pero honrosa y bien merecida ceremonia.

Se le reconocía a un hombre bueno su buena historia. Una historia a favor de todos. Por esto todos los de Acequias agradecían al gobernador que, a la hora del abrazo, y en nombre de todos los merideños, al imponerle la hermosa presea, le hubiese dicho: “Con orgullo, don Elpidio, en su figura estoy condecorando a uno de los padres de la democracia, agradeciéndole al Todopoderoso que nos lo tenga vivo, como viva habrá de estar siempre su historia y su ejemplo”.

Después, todos los viajeros comimos arepas de trigo, queso y papa cocida. El café impregnaba con su aroma la fría noche, pero el aguamiel reinó en la mesa.

Por: Ángel Ciro Guerrero