HabÃa que andar de montaña en montaña para saber las
penurias y necesidades que pasó la gente décadas atrás. Fueron los dÃas en que
todos aprendieron a curarse con los cabrestos de la esperanza, pues con ellos
debÃan andar de aquà para allá.
Eran horas en que las lagunas permanecÃan encendidas como
centinelas anunciando lunas con algunas enfermedades y el poco sol que asistÃa
debÃa ser aprovechado, entonces los viejos decÃan que debÃan adorarse los rayos
del calor, ya que por donde entra no hay enfermedades.
Asà se curaban los hombres del campo, los de antes,
buscando un poco de abrigo, descanso e hirviendo guarapos de infusiones, tés
calientes y ramas medicinales, pero ahora a muchos se les ha olvidado que el
romero cura los catarros y el plátano verde sancochado sirve para las diarreas.
Para cuando los secretos caseros se acababan y las ramas
no surtÃan el efecto tras los remedios encomendados, entonces habÃa que acudir
a la casa de los curanderos. Por lo general eran hombres sabios, conocedores de
brebajes ardientes y de pócimas capaces de sacar todos los sufrimientos del
cuerpo. A ellos se apelaba cuando algunas cosas no marchaban bien, incluso
recetaban hasta a los animales y sus secretos iban hasta el solar de las casa,
donde habÃa algunas planticas que en lo que tarda en oscurecer un dÃa y en
aclarar otro, ya todo estaba amarillito.
Entonces los viejos de las habitaciones señalaban que las
tierras se habÃan puesto malucas, de seguro una vieja con poca intención y con
el perÃodo encima habÃa hecho mal una tarea encomendada acabando con las
plantas, pagando sus descuidos contra las maticas, poniéndolas a todas
sequitas.
Para esta difÃcil tarea era necesario que el curandero en
persona fuera lo más pronto posible a remediar estos daños. Primero, debÃa
buscar a la mujer de la mala intención, recetarla y advertirle que el mal
carácter no era bueno y si no los cambiaba algún dÃa necesitarÃa del curandero
cuando un hijo le saliera rociado de manchas. Asà se controlaba la mala
intención. Luego habÃa que lanzar oraciones por todos lados y mandar a comprar
las ramas del dÃa antes que se acababan en el mercadito del pueblo, pues la
demanda era grande.
Miguel A. Jaimes N
@migueljaimes2
Skype: migueljaimes70


