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Jají: Un poblado merideño entre la bruma 
de la niebla y el delirio del paisaje

 
Las empedradas calles del pueblo de San Miguel de Jají, estado Mérida, trazan la ruta para ir al encuentro con la fisonomía colonial circundante a su plaza Bolívar, integrada por casas con techos de teja, canales metálicas y aleros, hechas con paredes de barro y entramado de caña, pintadas predominantemente con los colores azul y blanco.

Algunos turistas echan mano de sus cámaras fotográficas e inician su recorrido por la plaza en dirección a la iglesia. 454 años de historia les contemplan desde todas direcciones: casi cinco siglos atrás, sobre las tierras de los indios jajíes, encomendados a soldados del conquistador Juan Rodríguez Suárez en 1558, comenzó a erigirse ese asentamiento colonial.

Fundado por vez primera en 1.580, con el nombre de San Pedro de Jají, el pueblo está ubicado a 1781 metros sobre el nivel del mar, a 34 kilómetros del puente la Pedregosa en el municipio Libertador, Mérida, y es la capital de la parroquia Jají, municipio Campo Elías.


Las ventas de artesanías, restaurantes y posadas bordean los cuatro costados de la plaza a lo largo de cuatro calles que forman el casco central de la aldea. Allí, el visitante encontrará vasijas de arcilla y cerámica, juguetes artesanales de madera, artículos de cuero, bolsos, prendas confeccionadas en lana, fique y algodón. También podrá degustar la dulcería típica, el vino de mora, el ponche y las fresas con crema.

Jají es un apacible poblado cuya actividad económica gira en torno al turismo, la ganadería de doble propósito y la agricultura, los paisajes que le rodean cautivan la atención de los visitantes citadinos en días despejados, cuando la selva húmeda se muestra en todo su esplendor y sus características montañas escarpadas dejan ver los saltos de cristalinas aguas de la quebrada Las González, conocidas como La Chorrera y el Velo de la Novia.

Al caer la tarde, una espesa neblina desciende sobre esos parajes para ocultarlos de la vista y envolver en una mágica bruma todo el poblado, característica muy apreciada por los visitantes de tierras más cálidas.

La naturaleza y la religión

Jají es un pueblo con una historia marcada por designios de la naturaleza. Entre 1619 y 1620, el visitador Alonzo Vázquez de Cisneros escogió un nuevo asentamiento para la aldea, cerca de una laguna con tierras fértiles, pero los terrenos se hundieron. Esto obligó al retorno hacia el sitio que hoy ocupa, para otra fundación el 22 de febrero de 1734 con el nombre de San Miguel de Jají.

Este camino ha marcado de algún modo el matiz religioso del pueblo. El 29 de septiembre se celebra en Jají las festividades de San Isidro Labrador, patrono de los campesinos, y de San Miguel Arcángel, patrono del pueblo.


Además, es un sitio para remontarse a los orígenes de nuestro pueblo y gentilicio, una aldea detenida en el tiempo, a varios años de las convulsionadas ciudades erigidas por el progreso comercial.

Karina Sánchez, bióloga y oriunda del estado Falcón, define a Jají es un pueblo para el reencuentro, un lugar para leer un buen libro, para mirar la vida en la perspectiva del descanso, lejos de las bulliciosas ciudades.

"Estas montañas dan paz, uno se marcha siempre con el deseo de volver para quedarse más días, esta es la segunda vez que vengo y esa sensación se repite", comenta la visitantes del poblado merideño, con la desinhibida sonrisa de quien confiesa un profundo sentimiento.

AVN