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Nuestro Carnaval: mirada desde el pasado al futuro


***A Venezuela llegó el Carnaval con los primeros siglos de colonización europea, ofreciendo a sus habitantes, junto con todos los pobladores del Nuevo Mundo, la posibilidad de celebrar entre máscaras, bailes y desenfreno.

El inicio del año poco antes de la cuaresma trae al ambiente social de la Mérida del XXI una nueva temporada de desfiles, disfraces y espectáculos sociales que nos sitúan en una de las festividades más antiguas del calendario romano; una celebración donde las personas se olvidan (por poco tiempo) de quiénes son en la cotidianidad y se entregan al desenfreno de la fantasía en la fiesta más alegre del año, el Carnaval.

De origen pagano, data de hace más de cinco mil años conforme a nuestra era y se cree que la etimología de su nombre viene del latín carne-levare, que significa “abandonar la carne”, práctica acostumbrada por las civilizaciones antiguas para honrar a los dioses ligados a los excesos, la abundancia y la fertilidad.

Posteriormente su nombre fue ligado a la palabra italiana carnevale, que indicaba a sus participantes que era la época idónea donde se podía comer.


A Venezuela llegó el Carnaval con los primeros siglos de colonización europea, ofreciendo a sus habitantes, junto con todos los pobladores del Nuevo Mundo, la posibilidad de celebrar entre máscaras, bailes y desenfreno; una época que permitía pasar por alto los límites socioculturales, bien marcados por el estamento conservador.

Según cuenta monseñor Baltazar Porras, cronista de la ciudad, la Mérida del siglo XIX fue uno de los escenarios donde el Carnaval tuvo sus manifestaciones más vistosas y señoriales, a pesar de las críticas de algunos de sus habitantes más conservadores, quienes manifestaban al obispo Juan Hilario Bosset, su desacuerdo con los desmanes callejeros que según sus creencias no estaban en concordancia con la ciudad de los caballeros.

En años más recientes, el Carnaval local ha representado una de las fiestas más atractivas del país, pues desde la segunda mitad del siglo pasado alberga la Feria Internacional del Sol, festividad que reúne en la capital del estado corridas de toros, conciertos, la elección de la reina, exposiciones culturales, comerciales y ganaderas.


Otra historia

Cabe destacar que no siempre fue así, ya que las corridas de toros y la feria se realizaban antiguamente en el mes de diciembre, específicamente durante la primera semana, en honor al Día de la Inmaculada Concepción, fecha que fue cambiada a la actual, debido a las constantes lluvias que para la época impedían la realización de actividades al aire libre.

De igual forma,  Edduar Molina Escalona, cronista del municipio Arzobispo Chacón, relata su experiencia en el artículo “Los Carnavales y los Pueblos del Sur”, describiendo este momento del año como un período donde se rompía la monotonía de las faenas del campo. “Nunca faltaron los profesionales venidos de otros pueblos, que no solo daban sus aportes en el campo del servicio a la comunidad; se las ingeniaban para arreglar de la mejor manera las caretas; los jóvenes disfrazados de viejas campesinas, para la gran fiesta”.


Con el pasar de los años las ferias se han transformado en una celebración alejada de su motivación original, sumiéndose en una vorágine que solo responde a las necesidades de las grandes corporaciones que ponen su capital a disposición del disfrute aparente y sin límites del pueblo, en franca decadencia social.

Si algo hemos podido aprender de nuestra historia, es que estos días representan el momento idóneo para soltar las riendas de nuestras rutinas y volcar en las calles el ambiente festivo, ligero y sin preocupaciones. Sin embargo, es también la oportunidad para meditar acerca de nuestras actitudes y dar el ejemplo que propios y visitantes deben emular para disfrutar estas fechas en concordancia con nuestra realidad actual, que dista en todos los sentidos de las bacanales de la época greco-romana.

Dice la frase que es importante conocer el pasado para entender el presente. En este caso particular, es necesario dar un salto evolutivo a nuestras fiestas, que si bien cumplieron su cometido histórico, igualmente necesitan la frescura de la actualidad para desarrollarse en nuevos procesos culturales, sin necesidad de la barbarie y el descontrol.

Se hizo presente a lo largo de este breve recorrido la evocación de unos carnavales de antaño cuyo significado y ambiente se ha perdido hoy en día. Está en nosotros como ciudadanos responsables, la posibilidad de cambiar esa concepción y llevar las emociones de esta temporada a un punto de equilibrio donde niños, jóvenes, adultos y ancianos, tengan espacio suficiente para  disfrutarla a la altura del gentilicio merideño.

(Prensa OCI/Reinaldo Burgués)