Barbarita vivió en su mundo de juegos, pasaba su tiempo
debajo de la mata de campanita, a veces era acompañada por algunos de sus
vecinitos, fue visitada a toda hora para compartir aventuras de cuentos y
risas. Siempre anduvo bajo la mirada cariñosa de su abuela Juana quien de
cuando en cuando se asomaba para vigilar las andanzas en que andaban los de ese
grupito, iban al patio donde se lo apoderaban para hacer de él un mundo
infinito, allà todo era posible y la vida feliz avanzaba.
Pero no siempre era asÃ; muchas fueron las veces en que
solo podÃa conformarse con verlos a través de los barrotes de la vieja ventana,
los ojos de Barbarita querÃan abarcar todo el espacio, deseaba correr juntos a
ellos por caminos empedrados y volar papagayos en la Calle Aparición, mientras
todos jugaban al trompo, metras y pelotas.
Barbarita se sentÃa presa en aquellos postigos que aunque
eran un pequeño trozo de libertad también le hacÃa saber que más de allà no
podÃa avanzar; eso la hizo adorar las noches en que su Mamá no estaba cansada y
salÃan; sentándose en la acera iba a conversar con las vecinas, eran momentos
especiales con cuentos de miedos, historias fabulosas narradas por el gigante
Pancho Villa de cuando él viajó en barco desde España a Venezuela.
Anduvo en las leyendas repasadas por su mente sobre una
vieja cama que llegó a compartir con su Madre, pues un catre propio no tenÃa,
miraba al techo y observaba la caña brava entretejida con el barro y nidos de
telarañas que en ellas se hacÃan.
Sus manos acariciaban paredes frÃas encaladas, donde
colgados estaban cuadros de vidrios redondos, abombados, enmarcados en negras
viñetas con fotografÃas de abuelos, tÃos y familiares ausentes. Mientras sobre
el marco de la puerta aparecÃa el altarcito con la imagen de San Miguel Arcángel,
la Mano Poderosa y la Virgen de Belén junto a unas ramas de sábila y el
frasquito de azafate protegiendo la habitación de los malos espÃritus, que de
vez en cuando deambulaban en las noches en busca de almas atormentadas. De solo
recordar esto Barbarita presurosa detenÃa el paseo visual y se arropaba hasta
su cabeza.
Miguel A. Jaimes N


