Viejas
tazas de peltre que en sus orillos guardaban sueños de los labios de viejas
inocentes. JÃcaras inundadas de café hirviendo, más leche con sauco para
controlar las flemas y la tos envejecida por aquellos dÃas de heladas no tan
inconclusas. Tazones rebosados de cacao cocido cuyos chocolates intentaban
detener el frÃo en los vientres de carajitas recién desarrolladas.
Por eso
hubo pocillos eternos, otros intocables y algunos más envejecidos que el tiempo
de sus dueños, al morir, los dejaban como herencia a cercanos seres queridos. Sus
orillos quedaron manchados por el tiempo y muchos de ellos quedaban asignados. Otros
tenÃan el nombre de sus dueños.
Algunos
familiares habÃan partido con el descubrimiento de los años dejando el tazón dentro
de eternas despensas, allà permanecÃa por años hasta que el tiempo los hacÃa
regresar, y sus dueños volvÃan a calentarlos haciendo que sus asas se
tranquilizaran pues las ñemas de sus dedos las extrañaban.
Aquellas
tacitas fueron de colores verdes, rojos y blancos con bolitas esmaltadas,
sentidas en el tacto de los dedos, acariciadas una a una, conocidas en sus partes
y por los lados que estaban averiadas se convertÃan en las compañeras de noches
de los tiempos difÃciles, cuando las fiebres delirantes tomaban a sus dueños.
Incluso hubo quienes fallecieron con las vasijas en sus manos, quedaban
tibiecitas cuando el cuerpo se congelaba y petrificaba los sentimientos más
guardados.
Fueron
tazones que diariamente soportaban guarapos, té, infusiones y ramas. Recibieron
migas de pan y escucharon el ruido de paquetes inflados de galletas tostadas
con sal. Sus fondos eran raspados y revueltos por patronos que deseaban
sacarles lÃquidos escondidos y pedazos humeantes del pan perdido.
Tazas
desportilladas, puestas sobre hornillas, calentadas entre topias, resistieron cuentos
y avatares de sus dueños. En ellas quedaba la vida diaria. Su presencia era
esperada, cómoda, daba tranquilidad y después con el tiempo las ponÃan a
descansar como cachuchas sobre estacas que resistÃan falsos amarrados con
alambres de púas y en los mata ratones
que dividÃan los campos de sus parientes.
Miguel A. Jaimes N.
@migueljaimes2
Skype: migueljaimes70
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