Entre las hojarascas hay una ranura delgada trasparente e
inimaginable parecida a un inmigrante que miró su delgadito suspiro; eran las hojas
de un árbol cuyo tallo dorado es conocido con el nombre
de indio desnudo, unido a una planta de guanábana, más las de guayaba y de
almendrones, todas muy cerca del tamarindo que les obsequiaba como papelillo
sus semillitas.
Era de mañanita y la brisa fresca soplaba mientras muchos
veían los rastros de una luna lenta pero abrazada de la escoba soñada. Podían
ser pensamientos tontos de una muchacha pueblerina de cabellos largos, negros pero
enredados con unas trenzas de surcos que iban hasta su cintura delgada y como un vestido blanco de menuditas flores pintadas
de todos los azules; se veían que sonreían.
Este sueño salía desde un solar grande, en él había de todo
lo que uno quería. Quedaba a los lados de los Landaeta donde estaban el
cambural y las ramitas de infusiones calientes; muy cerca de allí
permanecía un animado abuelo, amarraba tanto a su burro que el animal sabía los
nudos y facilito los soltaba.
Había una pequeña charca donde estaban los patos, más hacia
el fondo quedaba la talanquera que lindaba con Francisco Castillo. Él lanzaba
mamones cuando veía jugar a los niños traviesos, eran como una piñata natural,
pero lo más divertido seguía siendo correr de aquí para allá tratando de
atraparlos y sentarse en el empedrado de cualquier doña para disfrutar del rico
manjar escuchando de cuando en cuando por la voz de las mamás, ¡muchachos tengan cuidado no se me vayan
ahogar!
Pero en ajeno punto
estaba la empalizada separando la casa de Carmelita y Pancho Villa; tenían que
ser viejas como ellos, eran espacios arcaicos y la mayor parte de su tiempo lo
dedicaban a sus siembras. Estos lugares estaban en un suelo hecho de horcones y
telas de gallineros de los cuales pendían con suavidad los espantos y sus
plumas.
Pero desde aquel patio aún se ven los sueños de muchos, trayendo
todavía los más hermosos recuerdos. No había tiempos, latitudes ni horarios, y menos
eran estaciones de aparecer con gentes temerosas sin tiempos ni árboles
extraviados.
Miguel A. Jaimes N.


